Acaba de aparecer "Nunca es demasiado" del baterista (también bandoneonista) de Charly García, Gustavo Cerati, Illya Kuryaki, entre otros, donde desfilan las anécdotas y las historias jugosas de giras y recitales. "Me siento más público y oyente que otra cosa", dice ante LA CAPITAL este enamorado de Mar del Plata.
por Marcelo Pasetti
Fernando Samalea tiene el privilegio de haber tocado con los “próceres” de nuestra música, imprimiendo su particular estilo. Pero a la vez, puede tocar la batería una noche ante 60 mil personas, y al día siguiente bancar a una banda amiga que está surgiendo u ofreciendo un espectáculo con su música en un pub.
“Soy alguien normal, con sentido común, dentro de una coctelera de delirios”, señala en diálogo con LA CAPITAL, donde recuerda sus mejores shows en Mar del Plata, ciudad que tiene una presencia marcada en sus libros y en su formación.
A los doce años, sus padres lo llevaron a ver un recital de Astor Piazzolla en el teatro La Botonera de Mar del Plata.
“Lo vi venir a Astor desde el fondo, bien chueco como caminaba. Le di la mano y me pegó en la cabeza, tipo coscorrón, preguntándome “¿Te gustó, pibe?”. Ni hoy me parece real”, recuerda emocionado sobre quien “me inculcó el amor por el bandoneón”.
Discos para todos los gustos
– El hecho de haber tocado con las máximas figuras del rock nacional te ha llevado a recorrer la Argentina y varios países. Y sin dudas, como observador fino acumulaste “películas” que se tradujeron ya en tres libros. Este último, “Nunca es demasiado” también invita a introducirse en ese mundo entre bambalinas… ¿Por qué sentís la necesidad de expresar todo esto?
– Me lo pregunté más de una vez, eh. Quizá, la respuesta sea su efecto curativo a nivel emocional. Cuando te aburrís de vos mismo, no hay nada mejor que dejar todo ordenadito y listo. Me tocó y me sigue tocando un destino alarmantemente variado, así que era indispensable “olvidar” tanto trajín. Exponerlo en esas páginas, para quienes se interesasen. Pensé el relato para los chicos y chicas del futuro, como una especie de oda a mi contexto musical.
Lo significativo es que cada hecho sucederá de nuevo al ser leído por alguien. Gracias a su imaginación, volverá a ser momento presente, digamos.
– Sin dudas, pese a tu profesionalismo, ¿conservás un costado de pibe que no deja de asombrarse ante mucho de lo que rodea al mundo del rock?
– Me siento más público y oyente que otra cosa. Pero, con la fortuna de estar donde se cuecen unas cuantas milanesas del rock argentino, por usar una metáfora absurda. Soy alguien normal, con sentido común, dentro de una coctelera de delirios. Y muy propenso a comprar discos y libros, hurgar en bateas cual niño, disfrutar de Boxsets o lindas reediciones y ver DVDs y Blu-Rays. Hay días para el bepop de Miles Davis, y por qué no Bill Evans, otros para el pianista Chilly González o algo de Sakamoto. De repente, me agarra el “furor sinfónico” y vuelven al giradiscos Mike Oldfield, Rick Wakeman o Emerson, Lake & Palmer, así como Sui Generis, Porsuigieco o Crucis. Después me actualizo y no paro con Knower, Louis Cole, Genevieve Artadi o el chileno Alex Anwandter. O me siento en el Chester con Jack Kerouac, Patti Smith, Jane Bowles, Marta Minujín u otros libracos de fotografías en el regazo. Es así, un mundo de sensaciones.
– ¿Andás con una libretita por todos lados? ¿Cómo es la mecánica para almacenar tanta info, nombres, datos?
– La mente mecánica funciona de manera misteriosa, como bien citaba Krishnamurti hace décadas. Más allá de que soy memorioso, fue cuestión de proponerme activar esas placas de pensamiento, escuchando otra vez los álbumes, regresando a las locaciones de cada relato, o mirar atentamente fotografías, vídeos y notas gráficas antiguas. Cuando logré una suerte de reconstrucción cronológica, fui ampliándola punto por punto. Con mucha paciencia. Por último, quise agregarle “poesía” a esa obra de teatro del recuerdo, recuperando diálogos, modismos, el tipo de humor, etc. Lo más auténtico y real posible. Escribir es algo fascinante.
Recuerdos de Mar del Plata…
– Sistemáticamente en tus libros y recuerdos aparece Mar del Plata. ¿Qué significa esta ciudad para vos?
– El misterio del mar abierto, con su cielo eterno encima. La ciudad me ofreció la primera sensación de libertad que recuerde. Desde una visión infantil, claro. Mardel también simboliza la alegría veraniega de mis viejos en el hotel del Sindicato de AAPM, luego de pasar todo el año trabajando, y sus cuidados o visión noble del mundo. Celebro mi fantasía al escuchar bateristas de circo en el puerto o en la Confitería París de la Rambla, o al observar al Pato Donald, el Torreón, las casas de lajas grises, familias cargando sombrillas o la casona de Victoria Ocampo, también ir al cine cuando llueve…
– ¿Musicalmente cuáles fueron tus mejores recitales en Mar del Plata?
– Sin duda, el de Charly & Las Ligas durante el verano de 1986, en el Teatro Radio City. Viajamos todos juntos por la Ruta 2 en un bus, a pura camaradería, para alojarnos en el Hotel Bisonte de Córdoba y Belgrano, que me pareció un palacio. El show comenzaba con el leitmotiv instrumental de “Lo que vendrá” y el saxo de Melingo, y luego seguía “Inconsciente colectivo” y la catarata habitual. Contábamos con el ingeniero Amílcar Gilabert, las luces de Quaranta y la asistencia del fiel Quebracho. Imaginate lo que era eso para Richard, Christian y yo. ¡Tres semi-novatos rondando los 20 años! García, mitológico, con el Grand Piano CP-70 delante, los Mirage, el Casio, sus danzas exóticas y su ingenio. Andrés, desplegándose como pez en el agua, uf. Al día siguiente, tras visitar varios boliches, semidormidos, paseamos ante las focas, Punta Mogotes y Camet. Lucíamos unas pintas tremendas de lentes, muñequeras, camperas sin mangas, y jeans cortados a modo de mallas. Atardeciendo, ocupamos un bar de madera sobre la arena, bajo un solazo, escuchando discos de los Rolling Stones a todo volumen. Con los años hubo mucho más: el Festival Rock in Bali con Fricción o el de Cine con el Sexteto Irreal, la presentación de “Chaco” con los Illya Kuryaki & The Valderramas y el concierto multitudinario de Cerati en Arena Beach. Además, gracias a la generosidad de Antonio Russo y Lucía Costa -músicos de El Principado-, el apoyo de la FM D-Rock de Spampinato, o de Fredy Álvarez, logré mostrar lo mío en varias ocasiones, en el Museo del Mar, el Auditorium y el Teatro Municipal Colón. Lo comandaba entonces Willy Wullich, un personaje encantador, precursor del arte de vieja escuela.
“Nadie puede ser como Charly”
– Ya debes estar harto de ser presentado como “el baterista y bandoneonista que tocó con todos”… Este reportaje no va a ser la excepción. Compartiste giras y escenarios con Charly García. Es, para muchos, el Gardel de varias generaciones. Definímelo…
– García es mi artista favorito, o sea que cualquier definición no escapará a mi condición de fan. Nadie puede ser como él. Inventó una estirpe que no existía en nuestro país. Además, toque yo con quien toque, edite discos personales, viaje en motocicleta a Saturno o grabe con quien grabe, siempre soy y seré considerado “músico de Charly” para el sentir popular informado. Me encanta ese mote. Pienso que él sigue siendo el de sus rimas adolescentes, el que aseguraba “Yo canto para esa gente, / porque también soy uno de ellos. / Ellos escriben las cosas, / y yo les pongo melodía y verso”.
– ¿Cuál es el tema que más te gusta de Charly y por qué?
– Me viene a la mente “Cinéma Vérité”. No solo tiene una melodía sublime, con un apoyo armónico digno de la mejor enciclopedia, sino que presenta en su letra un estado de observación muy enigmático. “La playa como un ajedrez”, ¡qué ocurrencia! También está lo de “yo puedo compaginar la inocencia con la piel / yo nací para mirar lo que pocos quieren ver”, que identificamos con la curiosidad adolescente de observarlo todo. ¡Por suerte, la conservo en buenas condiciones!
– ¿Cómo nació lo de colocar maniquíes cerca tuyo en aquellos recitales de Charly?
– Cuando entré en The Prostitution en 2011, para tocar bandoneón y vibráfono, García me sugirió que llevase además un par de pads electrónicos. Un día, en el ensayo, se paró frente a mi set y dijo: “Vos tendrías que tocar con un maniquí de mujer… No, no, pará, con uno solo, no. ¡Mejor con uno y medio!”. “¿Lo quééé?”, respondí, y me contestó algo así como “Claro, traemos un maniquí, le ponemos sensores en la cabeza o en el culo, por ejemplo, y vos le das con palitos de batería, disparando sonidos con un chufli-chufli y listo… ¿Te va? Tiene que ser uno y medio, sí o sí. Una mina completa y otra por la mitad, de esas que son solo piernas de la cintura para abajo, ¿okey?”. No se trataba de algo muy caballeroso ni romántico, pero hacía elocuente su gran conocimiento del inconsciente de la audiencia: por más que yo estudiase a lo loco partes muy intrincadas con el fueye o las placas, la mayoría se quedó con “Che, qué buenos los maniquíes”.
Cerati y su sensibilidad infinita
– La reciente aparición del disco que se grabó en Monterrey, México, vuelve a poner en dimensión lo que era Cerati. Pero en esos trabajos la batería además aparece potente y más que presente. ¿Qué sentiste cuando lo escuchaste ahora, años más tarde?
– Una emoción inmensa. El dolor de que Gustavo ya no esté será irremediable pero, al menos podemos guardarnos legados maravillosos como ése. Me sentí otra vez entre compañeros, dando vueltas por el Universo, abordando aviones o escenarios, montando y desarmando el sueño mágico del líder. En mis libros, también he querido recuperar dichas alegrías, nuestra entrega al límite de una sesión gimnástica, alguna picardía y lo inigualable de sentir el estruendo del público, que en definitiva hace posible semejante despliegue.
– ¿Cuáles eran las similitudes y cuáles las diferencias entre Charly y Gustavo, tanto en lo artístico como en lo humano?
– Podría decir las obvias: ambos son artistas populares muy comprometidos, que congelan el aire con su presencia y cautivan millares de aquí y allá. García, con un halo surreal o metafísico. ¡Incluso patafísico! Gustavo, con una sensibilidad infinita, pero los pies más firmes en la organización o la industria.
– ¿Te quedaste con las ganas de poder grabar con Spinetta no? Estuvo cerca de concretarse aquel proyecto con Charly…
– Los conocí juntos, en 1985, cuando grabaron en “Vida Cruel” de Calamaro, disco del cual también fui parte. Eran la Plana Mayor del Rock, planeaban un álbum a dúo y no tardaron en bromear con que nosotros seríamos su banda de apoyo. Pero, como bien decís, el asunto quedó trunco. Spinetta era un ser maravilloso. Me guardo varias charlas trasnochadas en su apartamento familiar de la calle Elcano. Se explayaba desde Castaneda al plantel de River Plate o Deleuze. Alentaba como nadie, te hacía morir de la risa, usaba metáforas únicas o podía decirme “vos serías un padre, mono” cuando hablábamos de la paternidad. Le gustaba ponerle apodos a todo el mundo. A mí me tocó “Glaciar”, ya que yo solía llegar con una botella de agua mineral en la mano. O “Bandoneón arrabalero”, cuando me invitó a tocar el fueye en su canción “Los libros de la buena memoria” junto a Los Socios del Desierto.
De Spinetta a Sabina
– Dos días después de la muerte de Spinetta, contás en el libro, abren el recital de Charly con “Rezo por vos”. De esos momentos, supongo, que jamás se olvidan.
– Fue agridulce, obviamente. Pensé mucho en su video “Mi elemento”, tan simbólico, donde puede vérselo escribiendo a pluma, en un bosque, o junto a un jinete y una bailarina. Parecería que hubiese expuesto una inmolación planetaria, de fuego y cenizas. Salimos al escenario justo cuando la pantalla mostraba imágenes de García y él en distintas épocas. Charly, conmovido, dijo por el micrófono “Hoy es un día medio raro, acá falta algo”. Tocamos con un nudo en la garganta, doy fe.
– ¿El hecho de que Eminem acabe de basarse en “Amame Pateribí”, de Pescado Rabioso demuestra que el Flaco era un adelantado no?
– Convengamos que eso ya estaba demostrado hace rato. Pero sí, es muy poderosa la versión de Eminem. Hace poco leí la biografía de Spinetta escrita por Sergio Marchi, y aprendí un montón de cosas que no sabía de su vida.
– ¿Y cómo fue trabajar con Sabina?
– ¡Divertidísimo! Gracias al productor Alejo Stivel, en 1998 grabé baterías y algún bandoneón de “19 días y 500 noches”. Me encontré con alguien muy culto y generoso. Ya durante la gira, Joaquín me invitó a vivir en su tercer piso madrileño de la Plaza de Tirso de Molina. ¡Ambientazo surrealista! Cada madrugada venían toreros, actores, actrices, jugadores de fútbol, lúmpenes, escritores, periodistas, seres incatalogables o colados como yo. Sabina sabía entretenernos a todos, y conocía sobre Argentina como si hubiese nacido aquí. La pasé muy bien a su lado, fue una experiencia hermosa que duró como tres años, recorrimos toda España, Sudamérica y Centroamérica, y siempre le estaré agradecido por la chance.
El coscorrón de Astor y las zapadas
– ¿Qué significó Astor Piazzolla en tu vida?
– Sin saberlo, me inculcó el amor por el bandoneón. Jamás olvidaré el concierto marplatense en el Teatro La Botonera, a mis doce años, al cual me llevaron mis padres Sergio e Hilda. Creí entrar en otra dimensión, teniéndolo a Astor ahí delante, de pie, con su camisa negra a lunares y pañuelo amarillo al cuello, abriendo y cerrando esa oruga extraña apoyada en su rodilla. Estaban el baterista Zurdo Rizner, Malvicino a la guitarra, Adalberto Cevasco al bajo, el pianista Cirigliano con el Rhodes… eran la élite de la élite. Me acuerdo de que los esperamos en el hall. Yo me salía de mi mismo. ¡El zurdo me regaló un palillo firmado! Ahí nomás lo vi venir a Astor desde el fondo, bien chueco como caminaba. Le di la mano y me pegó en la cabeza, tipo coscorrón, preguntándome “¿Te gustó, pibe?”. Ni hoy me parece real.
– Los recitales tienen su encanto, sin embargo, disfrutas las zapadas como pocos. ¿Las más memorables?
– Las de los ochenta en el local Prix D´Ami de la calle Ciudad de la Paz, y las de los noventa en The Roxy de la Avenida Rivadavia. ¡Alta bohemia en estado volcánico! No hay dudas de que el motor de esas trasnoches era nuestro Héroe Nacional. Pero, solían meter lo suyo muchos más como Alejandro Medina, Pipo Cipolatti, Clota Ponieman, Fabi Cantilo, Andrés Calamaro, Fito Páez, Hilda Lizarazu, Oscar Moro, Tito Losavio, Rinaldo Raffanelli, Gustavo Bazterrica, Willy Crook, Dani Melingo o Juanse. Supongo que esa costumbre fue trasladándose generación tras generación. Ahora mismo, en Buenos Aires suceden jams tentadoras en Maquena, Carnal o Plasma. Al estar tocando con Michelle Bliman, una compositora que me encanta, pude conocer músicos buenísimos de las nuevas camadas, en plan hip hop, jazz, electro o neo soul. Pibes que tocan genial. Es una generación bien siglo XXI, con mucho bagaje académico. Afortunadamente, va cobrando su merecido lugar.
– Vamos con ping pong final. ¿Mejor tema del rock nacional?
– “Yendo de la cama al living” de Charly García.
– ¿Mejor recital de Samalea?
– ¿Personal, bajo mi nombre? Cuando en 2002 pude actuar con mi quinteto instrumental en el Teatro Lope de Vega de Madrid. ¡Fue mi noche deluxe! ¿Acompañando a otro artista? En la presentación de “Parte de la religión” en el Teatro Gran Rex de Buenos Aires, durante la primavera de 1987. Aunque los conciertos en Obras de “Ahí vamos” de Gustavo, en 2006, y la velada del Zénith de París acompañando al francés Benjamin Biolay, hace un par de años, están muy cerquita en mi corazón.
– ¿Una película?
– “Une Femme Est Une Femme” de Jean-Luc Godard.
– ¿Libro que volverías a leer?
– “Veinte mil leguas de viaje submarino” de Julio Verne.
– ¿Un sueño?
– Ser motociclista de Free Style y participar en los torneos internacionales de X-Fighters.
– ¿Una alegría?
– La música.
– ¿Una tristeza?
– La pérdida de mis padres.
– ¿Un disco?
– “Fragile” de Yes.
– ¿Un amigo?
– Claudio Iannone.
– ¿Mejor recital que hayas visto en tu vida?
– “Secret World Tour” de Peter Gabriel
– ¿Un tango?
– “Flores negras” de Francisco De Caro.
– ¿Quién es Fernando Samalea?
– No lo conozco, ¿es marplatense?